En 2003, durante los conflictos sociales de
septiembre y octubre, Gonzalo Sánchez de Lozada se resistía al
establecimiento de una Asamblea Constituyente y al referéndum sobre el
gas. Su sucesor, Carlos Mesa, recuerda en su libro Presidencia sitiada
que aquél le dijo que había tres cosas que no iba a hacer: “renunciar,
llamar a referéndum y convocar a una Asamblea Constituyente”.
Y no lo hizo, sabemos cómo terminó. Renunció, Mesa llamó a referéndum y
sentó las bases para el cónclave constitucionalista y como consecuencia
de los debates, años después, hay una nueva Constitución Política del
Estado.
La institución de la Asamblea Constituyente
fue polémica, con partidos políticos y regiones que objetaban la
iniciativa. Instalada aquélla, las discusiones políticas se concentraron
en asuntos triviales y no de fondo, como, por ejemplo, el largo
conflicto que hubo por la llamada “capitalía”, con relación a la sede de
gobierno, o el reglamento de debates y su famoso artículo 72.
Más tarde, con la CPE vigente, otros temas fueron la misma obsesión de
algunos partidos de oposición. La Ley contra el Racismo, las elecciones
judiciales, el avión presidencial, un desliz verbal de Evo Morales (tuvo
decenas) y, ahora, los resultados del censo. Puede que el Gobierno, a
través del Movimiento Al Socialismo (MAS), haya hecho valer su mayoría,
con o sin errores, pero el resultado es que siempre impuso sus
iniciativas, precisamente por el respaldo popular que cuenta.
Si la oposición quisiera ganar respaldo ante tanta fuerza del poder
político, o desplazar a éste, tendría que plantearle al país una
propuesta que revolucione el proyecto hegemónico de la administración de
Evo Morales y su partido, que ha acaparado todos los discursos que en
su tiempo ignoraron los líderes y partidos “tradicionales”. Sin embargo,
ocurre todo lo contrario. Cada día sus argumentos son la respuesta al
desliz, a la polémica o a la simple coyuntura.
Ahora, al menos tres fuerzas políticas, por llamarlas así, tienen
connotación en el debate político y la incidencia mediática: el
Movimiento Sin Miedo (MSM), de Juan del Granado; Unidad Nacional (UN),
de Samuel Doria Medina, y el todavía proyecto Movimiento Demócrata
Social (MDS), de Rubén Costas.
Cada una de esas
organizaciones ha abanderado ciertos problemas vinculados a la gestión
de Morales: el MSM pretende desde hace tiempo congraciarse con las
luchas indígenas y la defensa del Territorio Indígena Parque Nacional
Isiboro Sécure (TIPNIS); UN busca neutralizar con denuncias de
ineficiencia y corrupción el programa Bolivia Cambia, Evo Cumple, el
proyecto estrella del Gobierno, e incluso acusar a Morales de un caso
íntimo y personal por demás dudoso, y el MDS comienza a construir su
discurso a partir de los errores del Censo 2012 y sigue reivindicando
las autonomías, aunque todavía en un área que no le ofrece proyección
nacional, Santa Cruz.
Tengo mis dudas de que la
estrategia funcione. Quizás tengan propuestas programáticas, poco
socializadas ante el país, pero sus armas son ésas: la simple reacción
ante la acción, la banalización del discurso y la política, y la
objeción así por así a las políticas necesarias. Su apuesta es riesgosa,
tomando en cuenta que su contendor mayor en 2014, Morales-MAS, se
mantiene fuerte a pesar de sus yerros o dislates verbales.
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