miércoles, 28 de septiembre de 2011

Presidente, renuncie... al mal

El 18 de diciembre del 2005, cuando Evo Morales ganó las elecciones con el 53,7%, apenas hablaba de los indígenas; su discurso estaba centrado en defensa de los derechos de los cocaleros, de cuyos sindicatos emergió políticamente. No sé si en las últimas semanas de la votación, o antes, se dio cuenta de que su candidatura representaba a ese sector históricamente vilipendiado e ignorado. Ayudado por su condición social, días después de saberse Presidente de la República, el dirigente cocalero se mostró ante el mundo como “presidente indígena” (su colega Hugo Chávez lo aludió de “indio”) y “encantó” en el mundo y el país a medios, activistas y políticos progresistas, que no dejaron de referirse a él como el paladín de la defensa de los derechos indígenas (y de la Madre Tierra, más tarde).

Desde entonces han pasado muchas cosas, por lo menos con relación al interés de los indígenas. La Asamblea Constituyente no terminó de construir una Constitución Política del Estado integradora (aunque de indígena tiene mucho), las autonomías indígenas no son tales (no existe real reconstitución territorial ni restitución de la autoridad ancestral) y los más elementales derechos indígenas —la consulta previa, la tierra, el territorio, en suma, el suma qamaña— han sido omitidos sistemáticamente.

La defensa del Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS), reprimida con violencia el domingo y con un saldo de víctimas todavía en confusión, ha terminado de desnudar el verdadero interés del Gobierno en respaldarse del movimiento cocalero-campesino (ahora “intercultural”) en desmedro del indígena-originario (sectores no cooptados por el sindicato de los 50).

Así, surgen algunas causas lógicas para comprender este estado de situación, sin apasionamientos en discusiones técnicas como la nacionalización, o la verdadera construcción de plurinacionalidad, sino en la lectura de actitudes.

Con mucha insistencia, desde sectores afines y disidentes al Gobierno (Del Granado, Almaraz o Prada, cada uno con sus intereses particulares), se ha dicho en los últimos meses que el “proceso” necesita de un cambio, un reencauce necesario si es que no quiere perecer en el intento. Ese proceso sufre fisuras, aunque son reversibles en la medida de una lectura sensata de la realidad cuyo ejercicio debería hacerlo el mismo Presidente, para empezar. No es sensato decir que aquél es como los anteriores, pero incurre en muchos desaciertos.

Ya son más de cinco años de Gobierno. A estas alturas, Morales no termina su catarsis contra los regímenes pasados o la “oligarquía” y, por tanto, permanentemente alimenta un clima de confrontación con sus adversarios. Es soberbio; no es humilde. Cierto entorno suyo no le muestra la realidad. No todos quienes votaron por él, y por su gestión, apoyan sus políticas. Así, ese 63% de votos del 2009 no es el mismo ahora en septiembre del 2011.

No es concertador. La mayoría de las leyes pasaron por la Asamblea Legislativa sin siquiera el consentimiento pleno de la ciudadanía y la oposición (ésta tampoco es propositiva), sino en medio de protestas y conflictos. Es torpe; decenas de sus frases han lastimado sentimientos y ocasionado conflictos.

Es más cocalero que indígena. Villa Tunari y el Chapare, el bastión cocalero, ha recibido más obras y privilegios (plantas industriales, unidades militares, aeropuerto, campos deportivos y ahora la polémica carretera hacia San Ignacio de Moxos). Al contrario, los indígenas, palo y poco de su atención. Y es más…

Si el Presidente renunciara a esos males, quizás sería otra la historia.

Publicado en La Razón