Cuando en octubre de 1979 asistió en La Paz junto a
su esposo a una cena en el Círculo de Oficiales del Ejército (COE),
Ayda Levy no imaginó que aquella vez fuera el principio del fin. El
empresario Roberto Suárez había comenzado peligrosamente a codearse con
el poder político. Esa noche, la pareja fue la invitada del coronel
Alberto Natusch Busch, el célebre golpista de Todos Santos...
Cuenta ella en su libro El rey de la cocaína. Mi vida con Roberto
Suárez Gómez y el nacimiento del primer narco Estado, publicado en
diciembre de 2012 (Debate), que en la comida alguien desconocido se
sentó al lado suyo. Era Klaus Altmann (así lo cita a Klaus Barbie), con
quien departió comentarios, como todos en la sala, sobre la grave
situación que entonces vivía el país, presidido por Wálter Guevara.
Nacido en Bad Godesberg (Alemania) el 25 de octubre de 1913 y fallecido
en Lyon (Francia) el 23 de septiembre de 1991, el hombre se convirtió
en poco tiempo en el nexo de Suárez con los círculos del poder, hasta
cuando éstos se cansaron de protegerlo o tratar con él. Oficial nazi, de
la SS y la Gestapo, aquél llegó a Bolivia a finales de 1955, entonces
buscado por crímenes de guerra.
Al terminar de leer
el libro, la primera curiosidad que surge es saber de dónde Levy cuenta
tantos detalles sobre las andanzas del “Rey de la Cocaína”, del que dice
que muchas veces no sabía en qué menesteres estaba metido. Uno supone
que rescató los escritos del texto de 500 páginas no publicado (Tesis
coca-cocaína) con el que el susodicho fue enterrado en Cochabamba, en
julio de 2000. Contactado con Levy a través de un mensaje directo en el
Twitter (@LevyAyda), ella sólo atina a decir “me alegra que le gustara
el libro”.
Muy develador, a pesar de su versión, el
libro recorre en el presente breves saltos al pasado de los
protagonistas y las circunstancias, además de oportunas notas de diarios
influyentes del mundo, con detalles que incluso explicarían, por
ejemplo, por qué Suárez no pudo ser detenido en mucho tiempo siendo
entonces el hombre más buscado del país. Es que tenía fuertes vínculos
con los gobiernos, de aquí y de allá, hasta negocios con el temido
Cártel de Medellín, comandado esa vez por Pablo Escobar. Era el socio
ilícito de varios presidentes del pasado.
Roberto, el
menor de los cuatro hijos de Nicómedes Suárez Franco y Blanca Gómez
Roca, había nacido el 8 de enero de 1932 en Santa Ana de Yacuma, Beni.
Su padre “rey del ganado” y él “rey de la cocaína” luego de haber sido
un próspero empresario, eran herederos de la estirpe del “rey de la
goma”, Nicolás Suárez Callaú.
Durante siete meses
antes del golpe de Luis García Meza (17 de julio de 1980), éste y Luis
Arce Gómez, en la tarea logística; Altmann, en la operativa; y Suárez y
otros empresarios cruceños, en la responsabilidad financiera, habían
planificado la asonada, para evitar que Hernán Siles Zuazo asumiera la
presidencia de la República, entonces a cargo de Lydia Gueiler Tejada.
“Para alejarme de la incómoda situación en que de manera incomprensible
nos había colocado Roberto, al aceptar colaborar con la flamante
narcodictadura, decidí acompañar a mi hija (Heydi, Miss Bolivia), a las
Filipinas”, cuenta Levy.
Narco Estado. En medio de su
cumpleaños de ese año, el empresario ganadero y exportador de palmitos
(¿esto lo sabíamos?) se separó de sus invitados del hotel Los Tajibos de
Santa Cruz para reunirse con Altmann (éste le había regalado un pastor
alemán de nombre Lobo). Al volver, el hombre se disculpó y alegó que
había discutido con el alemán “asuntos de Estado”, comentario que causó
risas en la sala. “Me contó que había recibido una invitación de parte
de su primo, el coronel Luis Arce Gómez, para reunirse con él y el
general Luis García Meza en La Paz en el curso de los próximos días”,
recuerda la viuda.
Una semana después, Suárez viajó a
la cita con el Alto Mando Militar y los líderes de los “partidos de
centro y de derecha”. El operativo requería “nada menos que la friolera
de cinco millones de dólares americanos”. “Para garantizar el éxito del
sedicioso plan, Roberto estaba dispuesto a pagar cualquier precio”.
Había nacido “el primer narco Estado”, como lo describe en el título de
la obra Levy.
En un artículo que publicó el 1 de
noviembre de 1998 El Nuevo Herald, que citaba a un libro escrito por
Suárez desde la cárcel, el diario informó que García Meza y Arce Gómez
fueron quienes pidieron al narcotraficante que propusiera “un plan a
base de la producción y venta de cocaína para financiar programas
estatales”. Yo fui “inducido a traficar cocaína no solamente por el
gobierno de García Meza, sino por la Drug Enforcement Administration
(DEA) y por la Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos”, admite
el hombre, según citaba el periódico estadounidense.
En ese tiempo surgió “La Corporación”, llamada así el negocio de Suárez
por la red de protección y silencio que había logrado de parte de
autoridades del Gobierno, jefes militares, jueces, fiscales y hasta
monjas y curas en todo el país, que sagradamente recibían un bono.
Estados Unidos consideraba al emporio de Suárez como la “General Motors
de la cocaína”, debido a su influyente y fuerte economía.
Afirma el libro que la alianza Suárez-García Meza-Arce Gómez sufrió
fisuras por la “traición” de estos últimos. A través de Altmann y por
presión del “omnipotente Departamento de Estado”, el dictador le
comunicó que el Gobierno iba a publicar la lista de la DEA. Él era el
primero de la lista, seguido por su hijo Roby...
Pero
los tentáculos del Rey de la Cocaína trascendieron también al gobierno
de Hernán Siles Zuazo, que asumió el 10 de octubre de 1982. El
Presidente nombró a Rafael Otazo como jefe de la lucha antidroga y la
primera misión de éste era “concertar una reunión con Roberto lo antes
posible”. Logrado el contacto, el funcionario fue trasladado vendados
los ojos en avión de El Alto hacia una hacienda en el Beni, donde lo
esperaba Suárez, entonces buscado por la DEA.
“Como
había ocurrido en anteriores oportunidades, esta vez (Roberto) tampoco
negó su contribución económica al Estado. Sin pensarlo dos veces, se
comprometió a hacerle llegar al Tesoro General de la Nación una suma
mínima de diez millones de dólares mensuales”, narra Levy.
“Desafortunadamente, los índices inflacionarios estaban fuera de
control. Los más de 150 millones de dólares no reembolsables, erogados
por Roberto durante los 12 meses siguientes, no sirvieron más que para
equilibrar una pequeña parte de la balanza fiscal y paliar de forma
mínima el hambre del pueblo”.
No agresion. En 1962,
en el segundo periodo de Víctor Paz Estenssoro, el líder histórico del
Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), “mi esposo fue elegido
subprefecto de la provincia Yacuma”, cuenta la mujer. El hermano de
aquél, Hugo, también fue colaborador del mandatario, como ministro de
Agricultura.
Más de 20 años después, en agosto de
1985, cuando Paz Estenssoro asumió por cuarta vez el poder, la “antigua y
estrecha relación de amistad” continuaba intacta, aunque se interponía
la actividad ilícita de Suárez. Levy sintió entonces mayor preocupación
sobre el Rey, hasta que —tras la muerte de uno de los socios de éste, el
colombiano César Cano, el 11 de agosto— Roberto precipitó la decisión
de abandonar el negocio y sus vínculos políticos.
A
través de sus hermanos buscó “un pacto de no agresión” con el Gobierno.
Mientras esperaba en Medellín los resultados, su hijo Roby le comunicó
la buena nueva: “La única condición que puso el Presidente para no
molestarlo es que no vuelva ni siquiera a mirar un gramo de cocaína.
(...) Dicen (mis tíos) que también les ha pedido que no aparezca en la
prensa por un buen tiempo”.Trato hecho para Suárez. “Decile a tus tíos
que le aseguren al doctor Paz Estenssoro que no se arrepentirá (...)”,
respondió el papá.
Antes, en la campaña electoral, ya
había tenido “reuniones” con acólitos de Hugo Banzer Suárez. El famoso
“narcovideo” (que nunca se esclareció en el Congreso Nacional) develó la
trama, en la que se vio a dirigentes de Acción Democrática Nacionalista
(ADN), Alfredo Arce Carpio y Mario Vargas Salinas, reunidos con Suárez.
Levy ratifica la versión: “En honor a la verdad, debo confesar que ésa
no fue la primera ni la última reunión que mi marido mantuvo durante su
vida, antes y después de su paso por el narcotráfico, con presidentes,
ministros, congresistas y candidatos de todos los partidos políticos,
comandantes militares y policías”.
Aunque no precisa
cuánto, otro libro se encarga de detallar el monto. “El Rey de la Coca
reconoció haber contribuido con 200 mil dólares a la campaña electoral
de Banzer”, señala Martín Sivak en su libro El dictador elegido,
biografía no autorizada de Hugo Banzer Suárez (2001).
Durante su gobierno (1989-1993), Jaime Paz Zamora acuñó el eslogan
“Coca no es cocaína” y hasta llevaba en la solapa de su traje una hojita
de coca a los foros internacionales. Encarcelado Suárez en ese tiempo,
la administración del Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR)
negó a los hijos que aquél fuera atendido en una clínica privada, ante
un infarto que había sufrido. Fue “por temor a que el Rey hablara con la
prensa”, recuerda la viuda.
Aunque el gobierno de
Paz Estenssoro se atribuyó la detención de Suárez, en 1988, Levy dice
que éste se entregó. Previo compromiso con las autoridades la noche
anterior, a las que les dio las “coordenadas”, el 20 de julio, soldados
de la Unidad Móvil de Patrullaje Rural (Umopar) lo alcanzaron en El Sujo
(Beni), donde los esperaba con chocolate caliente. Retirado tras años
antes de la actividad, había decidido entregarse, cansado de pasar en
uno y otro lado por evadir a las autoridades y la DEA. Estuvo tres años y
medio recluido en la cárcel de San Pedro de La Paz.
En su tiempo logró producir 1.000 kilos diarios de cocaína en varios de
sus laboratorios. Se dice que el negocio le permitió a Suárez acumular
3.000 millones de dólares. Levy afirma que su esposo pudo ser un gran
político si es que no se metía en las redes del narcotráfico. “Quiso, y
en gran manera, ayudar a los pobres y desamparados del país, usando los
recursos que genera la hoja sagrada de los incas: la coca”.
Yo fui el Rey, extracto de un libro de su autobiografía
¿Por qué extrañarnos de que, si alguien se ve mezclado en el turbio
mundo de las drogas, se tenga por sentado que lo único que busca es
fortuna o poder? ¿Por qué parecernos raro que se niegue a priori la
posibilidad de incursionar en el narcotráfico en aras de nobles ideales,
con la motivación del amor a la patria y a la humanidad? ¿Por qué
sorprendernos de que se dé categoría de dogma inconmovible a la idea de
ser incongruente que un individuo, que haya alcanzado alto éxito en su
vida privada, participe en el tráfico de sustancias prohibidas por
devoción a su pueblo y a los pueblos del mundo?
La
moral convencional y los intereses subyacentes desdibujan la realidad,
mostrándola como una película de Hollywood, donde los buenos son siempre
ellos y los irremediablemente malos somos siempre nosotros, los que no
somos como ellos. No es sólo una enfermedad del pensamiento o un
maniqueísmo sofisticador; es también un mañosa y premeditada distorsión
de la verdad. Yo he escrito para confesarme ante mi pueblo y ante el
mundo, con la esperanza de que mi experiencia contribuya a formar una
nueva conciencia colectiva que ya se advierte venir y que algún día
cambiará el planeta. Sé que no es fácil llegar a la comprensión y al
sentimiento del pueblo. Un Antonio José de Sucre, un Andrés de Santa
Cruz, un Gualberto Villarroel, tuvieron que morir para conseguir su
reivindicación histórica. Empero, no me mueve un afán de justificación
ni me preocupa restaurar mi imagen mancillada, porque no me interesa
cómo aparezco ante los demás. Él será quien evalúe los actos de mi
vida...
Carta a Reagan y el pago frustrado de la deuda
Roby, el primogénito de Roberto Suárez y Ayda Levy, fue detenido a
principios de 1982 en Italia y luego trasladado a Suiza, donde fue
recluido acusado de haber ingresado al país con documentación falsa.
Aunque Estados Unidos quiso tenerlo entre sus enjuiciados, por tráfico
de drogas del implicado, no pudo lograr su extradición debido a la
ausencia de un acuerdo al respecto entre ambos países.
Ante ese extremo, el Parlamento suizo otorgó una y otra vez un plazo
para la detención, con el objetivo de buscar una justificación concreta
de Estados Unidos para una eventual extradición del boliviano. Como
Washington no lograba convencer a Suiza, los plazos eran ampliados de
forma continua. La madrugada del 15 de agosto de 1982, un comando de
marines irrumpió en la cárcel de Bellinzona y secuestró a Roby, a quien
luego trasladaron a Miami, donde le esperaba un juicio por narcotráfico.
La familia Suárez-Levy contrató un bufete de abogados estadounidenses
para la defensa, al precio que éstos pidieron. Entretanto, el padre,
Roberto Suárez Gómez, se mostró desesperado en el país, desde donde
intentó cualquier plan con tal de liberar a su hijo, cuyo caso judicial
estaba cifrado con el 80-205-Cr-EPC, en la Corte Federal del Distrito de
la Florida.
A través de sus abogados John Spitler y
Mitch Bloomberg hizo llegar al entonces presidente de Estados Unidos,
Ronald Reagan, una carta para intentar la liberación de su hijo. Dice
Levy en el libro, que el mandatario sabía del contenido de la misiva por
intermedio de un amigo de ambos. Aquélla, fechada en Camiri el 1 de
septiembre de 1982, decía en parte: “Éstas son, señor Presidente, las
dos condiciones a cambio de mi entrega voluntaria a las autoridades que
usted indique. Ambas son lógicas y justas. La primera obedece a los
sentimientos más profundos de un padre; la segunda se funda en que soy
un boliviano que ama entrañablemente a su patria, se conduele con su
crítica situación y, si mi libertad puede servir para ayudar a que mi
pueblo salga de este estado, bienvenida la cárcel o la muerte”.
Incluso, en el final del texto, Suárez propuso pagar sin éxito la deuda
externa de Bolivia en caso de que lograra la liberación de su hijo.
Entonces, esa deuda alcanzaba a 3.500 millones de dólares. Roby, de 23
años, fue liberado el 19 de noviembre de 1982 por orden del juez Peter
Palermo.
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