A nueve años de la masacre de octubre, en la que murieron al menos
67 personas ante la represión de las Fuerzas Armadas en el campo, El Alto y La
Paz, el exmandatario considera que el juicio contra Gonzalo Sánchez de Lozada
está sustentado de manera equivocada. Plantear el caso como delito
de genocidio “es un error jurídico” grave. “La palabra genocidio es terrible,
brutal, y expresa la decisión consciente de alguien de aniquilar a una comunidad
étnica”, argumenta.
Tiene en la memoria casi en detalle lo que pasó en octubre de
2003, cuando sustituyó en el mando del país a Gonzalo Sánchez de Lozada, que el
17 de octubre de 2003 renunció y luego huyó a Estados Unidos. A nueve años de
esos sucesos, aclara que su predecesor “nunca dijo que pensaba vender gas por
Chile”. Carlos Mesa Gisbert cuenta episodios de aquellos fatídicos días.
En el recuento de esos pasajes de la historia, dice que ese 17 de
octubre fue para él “el día más importante” de su vida. “Tuve que asumir una
responsabilidad, la mayor en un país, la de primer servidor
público, en un momento tremendamente difícil, quizás uno de los más difíciles
de nuestra historia republicana”.
Entonces el país se sumergía en una crisis social y política que,
en el afán de ser resuelta, terminó con al menos 67 muertos, todos ellos por la
represión de las Fuerzas Armadas a las protestas sociales. Mesa Gisbert
considera que esos hechos tuvieron su antecedente en otra crisis, la del 12 y
13 de febrero de ese año, cuando en un refriega militar-policial, originada por
el intento gubernamental de un impuesto al salario, murió una treintena de
personas en La Paz.
Con esa referencia, el entonces vicepresidente expresó sus reparos
a la gestión de Sánchez de Lozada en al menos tres asuntos: la incidencia del
ministro Carlos Sánchez Berzaín (que luego de ser alejado en febrero volvió al
gabinete en agosto), el uso de soldados en una producción privada de macororó
atribuible al ministro Freddy Teodovich y el boicot del Movimiento Nacionalista
Revolucionario (MNR), el partido gobernante, a la reelección de Ana María
Romero de Campero como Defensora del Pueblo.
Pero la crisis de septiembre y octubre de 2003 decantó en la
ruptura definitiva entre Mesa Gisbert y Sánchez de Lozada. Ambos se habían
reunido el 12 de octubre, cuando el vicepresidente propuso al presidente
atender las demandas sociales, que implicaba “descolocar el país”: Era “aceptar
una consulta sobre la posibilidad de un referéndum o, por lo menos, una consulta
no vinculante sobre la venta del gas a Chile”.
Al respecto, aclara: “Hay una ironía: Sánchez de Lozada nunca dijo
públicamente, siendo presidente, que pensaba vender gas a Chile. Yo no niego
que ésa fuera su intención, pero jamás lo expresó. Quien hizo la negociación
fue el presidente (Jorge) Quiroga, propuesta por el presidente (Ricardo) Lagos
(de Chile), pero públicamente Sánchez de Lozada jamás dijo directa ni
indirectamente que el Gobierno tenía intenciones de vender gas a Chile”.
Fue el día en que espetó una frase crucial, hasta premonitoria, al
presidente de la República: “Los muertos te van a enterrar”. Y eso sucedió. Una
segunda reunión frustrada en la noche acabó convenciendo a Mesa Gisbert
de que, con el saldo trágico de la represión, no tenía cabida en el Gobierno
más que su responsabilidad de asumir sus funciones como mandaba la
Constitución.
Al día siguiente, su equipo se enteró de la decisión y analizó la
situación. Pero Sánchez de Lozada mandó a su secretario, Manuel Suárez, a
decirle que suba al Palacio de Gobierno. “Me dijo que, por lo menos, suba Pepe
(José Galindo); le dije que no, porque significa que la Vicepresidencia no va a
continuar con el Gobierno. Inmediatamente después convoqué a la conferencia de
prensa”, rememora Mesa Gisbert.
— Ese 13 de octubre, ¿más o menos configuró una eventual
acción tras, insisto, una eventual renuncia del presidente?
— No, porque yo tenía un convencimiento: él es un hombre muy
testarudo, no va a ceder; tarde o temprano iba a terminar con la renuncia o su
salida. Pero incluso pensé en si el presidente no estaba dispuesto a inmolarse
en la lógica que él se planteaba y, segundo, de verdad yo no creí que eso iba a
ocurrir tan rápidamente. Ocurrió el viernes; renunció ese día. Mentalmente, yo
tenía un rechazo a la idea de empezar a pensar en la presidencia, porque tenía
la convicción de que eso iba a desviar lo esencial de mi posición: cuando
empiezas a pensar en el poder, éste se convierte en un factor que distorsiona
tu razonamiento.
Obviamente, hoy no pensaría igual. Yo no reflexioné en profundidad
sobre un equipo de gobierno y todo eso, sino inmediatamente después de jurar.
Cuando realmente empecé a pensar como presidente fue cuando Manfred Reyes
Villa, a las 10.00 del viernes 17, expresó que rompía con el Gobierno y cuando
las Fuerzas Armadas le dijeron al Mandatario que ya no estaban dispuestas a
seguir reprimiendo, después de que llegaron los mineros a Patacamaya.
— ¿Cómo amaneció ese 17?
— Con la idea de que la situación no estaba resuelta, de que el
presidente iba a mantener su posición. El primer signo de que esto ya no tenía
remedio fue la reunión que me pidieron en mi casa Marco Aurelio García
(representante de Luiz Inácio Lula da Silva) y el representante del mandatario
Néstor Kirchner (Eduardo Sguiglia). Ahí me di cuenta; ellos me plantearon de
manera indirecta que la única salida posible que veían era la renuncia de
Sánchez de Lozada. Yo ya había tenido una reunión muy dura con el embajador
David Greenle (entonces embajador de Estados Unidos) el jueves en la noche.
— Fue cuando le preguntaron si tenía valor para matar...
— No, eso fue el 16. Me lo preguntó Andrés Rojas y eso hizo que yo
diera un mensaje a la nación. A raíz de la pregunta llamé a Mario Espinoza y le
dije que quería hacer un mensaje a la nación porque me parecía insólita (la
pregunta), una provocación, porque marcaba una duda sobre mi posición en el
tema. Ahí dije que no estoy dispuesto a matar.
En la noche tuve una reunión con Greenle. Básicamente planteaba
dos cosas: uno, mi deber democrático; le dije “el deber democrático lo
define Bolivia, no Estados Unidos”; y, dos, Estados Unidos no va a respaldar al
gobierno que salga tras la renuncia de Sánchez de Lozada. Le dije “Estados
Unidos puede hacer lo que le parezca conveniente y prudente, y sabrá si quiere
respaldar o no al nuevo gobierno democrático; yo simplemente soy el
vicepresidente constitucional de Bolivia y si me toca ser presidente lo seré
con o sin el apoyo de Estados Unidos”.
Me pareció insólito que el embajador (me condicione). Obviamente,
la conversación entró en un tono duro en ese momento. Luego yo le dije “un país
que tiene la doble moral como Estados Unidos no va a venir a decirme lo que
tiene (sic) que hacer”.
— ¿El desplante no tuvo consecuencias?
— No. Al contrario, yo me enteré de la renuncia del presidente
minutos antes de que me llamara la jefa de gabinete, María Paula Muñoz. Diez
minutos antes me llamó Peter de Shazo, representante del Departamento de
Estado, desde Washington; me dijo: “Señor vicepresidente, queremos decirle que
nos hemos enterado de que el señor Sánchez de Lozada ha decidido renunciar”. Yo
le dije “me está diciendo algo de lo que yo no estoy al tanto”. Habíamos tenido
una relación muy fría, porque ya me llamó el martes (14) el señor De Shazo para
decirme lo mismo que me dijo Greenle el jueves (16).
— Tanta injerencia para que desde Estados Unidos lo sepan
antes de que en Bolivia...
— ¿Cómo se enteraron? ¿Por qué? No te lo puedo decir; lo único que
sé es que me enteré a través de De Shazo de que el presidente había decidido
renunciar. Me dijo “quiero decirle que el Gobierno de Estados Unidos va a
respaldar plenamente al Gobierno constitucional de Bolivia que le corresponde a
usted como vicepresidente y sepa que usted contará con todo nuestro respaldo”.
Luego, Greenle, por cierto, se portó muy bien como embajador; pero
ése es otro tema. Ahí hubo una decisión de Estado de Estados Unidos, no asé en
la misión militar; mi opinión es que la misión militar de Estados Unidos estuvo
absolutamente involucrada en la desestabilización de mi gobierno, sobre todo en
la línea del propio parlamento, del propio expresidente y de Santa Cruz.
— ¿Al final dependían del Gobierno estadounidense?
— Exactamente, pero curiosamente, yo creo que habían dos líneas en
la embajada americana: una línea de halcones y otra de palomas, típica de los
americanos. Pero lo de De Shazo me pareció insólito después de la presión que
ejerció Estados Unidos sobre mí. Luego, claro, país pragmático.
— ¿Se sintió respaldado con esa comunicación?
— No, me era absolutamente indistinto. Yo pensaba en ese momento
que había una legalidad y una legitimidad, y yo tenía las dos. Yo no tenía
ninguna duda de que Estados Unidos o cualquier otro país tenían que rendirse
ante la evidencia, pero probablemente era un pensamiento subjetivo, sin la
experiencia de saber lo que representó Estados Unidos directamente, de la
influencia directa y fuerte que tuvo sobre Bolivia.
Perfil
Nombre: Carlos Diego Mesa Gisbert
Nació: 12-08-1953
Profesión: Periodista
Ocupación: Consultor y fue Presidente de la República (2003-2005)
Ni olvido
¿Cómo acuñó el ‘ni olvido ni venganza, justicia’? “La frase surgió
la mañana del 18 de octubre, en la pasarela de El Alto. Me di cuenta de que la
gente estaba muy enardecida, de que quería venganza en el sentido claro de la
palabra”.
Greenle me avisó que supo que quisieron matar a Evo
Carlos Mesa Gisbert admite que, luego del impasse que tuvo con el
embajador estadounidense David Greenle, éste se portó bien, aunque cuenta
también que el diplomático siempre le cuestionó su relación con el entonces
diputado Evo Morales.
Considera que el representante estaba molesto por el acuerdo que
el Gobierno de entonces firmó con los cocaleros. “Llegamos al acuerdo del cato
de coca por familia y ese acuerdo lo firmé sin absolutamente ningún tipo de
consulta con la Embajada de Estados Unidos ni de intercambio de criterios con
ese país”.
Sin embargo, Mesa Gisbert cuenta que hubo un cambio de actitud de
parte de Estados Unidos. “Hubo un giro, porque me dio la impresión de que
Estados Unidos y que Greenle en particular se dieron cuenta de que habían
jalado la pita demasiado. Es decir, en gran medida son responsables de la
debacle que vivió la democracia boliviana en 2003”.
— ¿Y Sánchez de Lozada?
— No, por supuesto; pero me estás preguntando sobre Estados
Unidos. Cuando yo era vicepresidente, Greenle vino a decirme que hubo un
intento de asesinato contra el hoy Presidente, que ellos sabían de una
conspiración para asesinar a Evo Morales, y yo le dije: “Embajador, ¿por qué no
se lo dice directamente a Evo Morales? ¿Por qué me viene a contar a mí?”. En
marzo de 2003, poco después de febrero, Greenle marcó una cita y vino a hablar
conmigo y me dijo “el Servicio de Inteligencia de Estados Unidos sabe que hay
un intento, hay una conspiración, para asesinar al diputado Morales”. Yo le
dije (a Greenle): ‘¿Por qué no se lo dice a Morales?’ Entonces Greenle me
respondió: “Como usted sabe, el señor Morales es una persona vinculada con la
producción de coca ilegal y vinculada con acciones que tienen que ver con la
seguridad de Estados Unidos y, por lo tanto, mi país no tiene diálogo con el
señor. Pero yo tengo la obligación de hacerle saber a esta persona que, (a
través de cierta ley) si una figura política puede ser asesinada en cualquier
parte del mundo, estamos obligados a decírselo; entonces le ruego que se lo
comunique”.
Al día siguiente yo llamé a Morales y le dije “ésta es la
situación, le ruego por favor que mantengamos esto en reserva”. El señor
Morales me metió en el baile diciendo que yo era parte de la (conspiración) y
me obligó a sacar un comunicado. En fin...
Esta entrevista fue publicada el domingo 21 de octubre en el suplemento Animal Político de La Razón
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