lunes, 1 de noviembre de 2010

A dejarse de hue… de huelgas, vamos a la propuesta

Rubén D. Atahuichi López*
El 9 de octubre, el músico Óscar García escogió de título para su columna Contante y sonante, en Página Siete, una frase de la canción Ojalá de Silvio Rodríguez: La palabra precisa, la sonrisa perfecta.  Se trataba de unos garabatos de espacios vacíos con exactamente 28 palabras (algunos artículos), 37 puntos aparte y final, 45 comas y un par de comillas. Todo eso en su afán de protestar contra la Ley contra el Racismo y toda forma de Discriminación.
En el intento de explicar esa columna vacía, la nota de redacción del diario decía: “Nuestro colaborador Óscar García ha enviado su texto con espacios en blanco para estar a tono con la coyuntura actual”.
En mi ingenuidad, calculé que por lo menos 580 palabras de García –de las de más de 600 que entran en una columna de aproximadamente 3.700 caracteres con espacios—han debido ser racistas y discriminatorias. Claro que así muchos columnistas, periodistas o medios tienen razón en objetar los artículos 16 y 23 de la nueva ley, aunque también no todos ellos dicen, al menos, esa cantidad de disparates.
El 8 de octubre, cuando se promulgó la ley, la red Unitel le puso esos soniditos para ocultar palabras picantes a cada adjetivo que sus fuentes expresaban en las notas de su noticiero, palabras no necesariamente racistas ni discriminatorias. Es más, en sus entrevistas, se adelantaban –y cortaban— a sus entrevistados para pedirles que no digan lo que estaban por decir.
En su edición digital, el diario Los Tiempos optó por suspender “hasta nuevo aviso” los comentarios que usualmente secundaban a las notas periodísticas. La Prensa, de la misma red, también hizo lo mismo: “Por las implicaciones que conlleva el artículo 16 de la Ley contra el Racismo nos vemos obligados a suspender los comentarios, con la finalidad de evitar sanciones”.
Es más. El periódico paceño El Diario abrió su edición del 8 de octubre con un espectacular titular a tapa plena: “Bolivia pierde su democracia”.
También, una buena parte de los periódicos, afiliados a la patronal Asociación Nacional de la Prensa (ANP), ese día circularon con una tapa falsa (un pliego en blanco con la inscripción “No hay democracia sin libertad de expresión”) encima de la edición corriente.
A eso se sumaron las declaraciones de dirigentes del gremio en sentido de que con la ley ya no hay libertad de expresión. Así, sustentaron una huelga que claudicó a los 14 días (17 de octubre), cuando el cardenal Julio Terrazas (ya se extrañaban sus actuaciones políticas) les pidió: "Los queremos llenos de vida para que sigan sembrando vida y esperanza en nuestro ambiente".
Y una faena diaria por sumar un millón de firmas para una iniciativa ciudadana contra los artículos en cuestión que también carece de respaldo real, quizás no por la poca fuerza y convicción del gremio, sino por la indiferencia de buena parte de la ciudadanía, a la que la muestran como si de veras se quedara amordazada. Pero aquélla no lo cree así, es indiferente y vive su cotidianidad como antes de la ley.
No nos engañemos. La democracia está como estuvo antes, la gente no cree que perdió su libertad de expresión, los periodistas siguen diciendo lo de siempre y los medios siguen vendiendo información, con la diferencia de que algunos han ocupado el espacio político que la oposición al Gobierno no pudo sostenerlo.
Éste es un falso debate. El gremio tiene la posibilidad de contribuir a la reglamentación de la ley, de redimirse ante la sociedad y evitar una división peligrosa, que en el futuro puede arriesgar la mítica Ley de Imprenta, que, dicho sea de paso, también requiere ser remozada desde nuestra propuesta, antes de que nos madruguen.
A dejarse de huelgas falsas. Diálogo, propuesta y verdad, pues, colegas…
*Periodista

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