martes, 26 de octubre de 2010

Una periodista militante...

Rubén D. Atahuichi López*
A pocas horas de su partida, todo el mundo comienza a añorar y rememorar sus tiempos y vivencias con Ana María Romero de Campero. Su vocación por el periodismo real, sus enseñanzas y sabiduría, su sentido altamente humano y su convicción por una cultura de paz fueron siempre su razón de ser.
Sobre todo, era una periodista militante, militante de todos los valores que el oficio debería promover. La única militancia que comulga el ejercicio responsable del periodismo tiene que ver con los principios establecidos en las normas constitucionales y en sus códigos para beneficio del bien común, del Estado y de la sociedad. Y ella lo sabía y la profesaba…
No tuve tanta suerte de compartir salas de redacción o coberturas con ella, como muchos, pero tuve oportunidades suficientes para encontrar en la colega de siempre enseñanzas sobre el ejercicio real del oficio, que admite sólo la militancia de una vida y una carrera al servicio de los demás.
En mi juicio, AnaMar, como la llamábamos con cariño, es comparable con las cuatro mujeres mineras que con su huelga libraron al país de la dictadura de Hugo Banzer Suárez. Claro, en tiempos distintos, lideró una huelga similar contra la masacre de octubre de 2003 perpetrada por fuerzas militares tras encargo de Gonzalo Sánchez de Lozada.
Militante de la democracia, pues…
Aunque sus detractores (políticos de paso y ciertos periodistas) la cuestionaron sobre su elección como senadora del Movimiento Al Socialismo (MAS), ella tuvo todo el derecho y la autoridad –luego de una carrera periodística intachable y un ejemplar servicio público como la primera Defensora del Pueblo del país— de militar también en la política, desde cuyo escenario también es altamente posible servir al país.
Pudo adscribirse a este “proceso de cambio” desde cuando Evo Morales comenzaba a conformar su primer gabinete, a principios de 2006. El año pasado me comentó que en tiempos de las buenas relaciones de la Iglesia Católica con el ahora Presidente del Estado Plurinacional, y cuando éste pidió una sugerencia sobre nombres a ciertos líderes religiosos, monseñor Jesús Juárez la propuso como Canciller de Morales o, en último caso, embajadora ante el Vaticano.
Obvio, ella agradeció la deferencia del Obispo de El Alto, con quien lidió mediaciones políticas en tiempos de Banzer, Jorge Quiroga y Sánchez de Lozada, pero rechazó las postulaciones. “No es mi tiempo, estoy en otras tareas que también necesita el país”.
Esperó su tiempo, no ingresó en la arena política sopesando un viaje sin retorno; esperó que el pueblo la elija en un cargo político por esencia, Senadora del Estado Plurinacional.
Pues, se fue como una periodista militante de la democracia.

*Periodista

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