lunes, 28 de febrero de 2011

Evo y el punto de inflexión necesario

Rubén D. Atahuichi López
Los bolivianos nos habíamos acostumbrado a tantos dislates –en su mayoría verbales— del presidente Evo Morales, quizás sin resignarnos a perder la esperanza de que en el tiempo el hombre cambie.
Pues no cambió. Desde sus comentarios sobre las secuelas de la carne de pollo o las virtudes de la Coca-Cola en tareas del plomero, hasta el “gasolinazo”, que ha marcado un punto de inflexión necesario, que con el escrutinio del pueblo ha expuesto al mandatario y a su Gobierno a una situación política complicada.
Cuando todavía regía el incremento del precio de los combustibles, el 30 de diciembre de 2010, había escrito una columna que no fue publicada debido a la sorpresiva abrogación de la norma un día después. Decía en esa columna que Morales tenía la obligación de sustentar la “normalización de la economía” a través de la medida con una gestión pública más eficiente.
Ahora pienso lo mismo, aunque considero que el esfuerzo debería ser extremo, desde un cambio de actitud que tanto había reclamado. No fue suficiente, ni las propuestas planteadas por otros críticos y analistas de este proceso, como el colega Andrés Gómez, que la semana pasada escribió en sentido de que el proceso pide cambio.
Sin el ánimo de otorgarle razón a ciertos políticos de oposición o a algunos analistas, Morales y su administración han tenido, pues, una serie de errores, como lo admitió el vicepresidente Álvaro García Linera en relación al gasolinazo. Pero, pienso, el más grave error fue su confrontación permanente con los sectores de la empresa agropecuaria, de la que depende el 70 por ciento de la producción de alimentos en el país.
Menos mal que el Gobierno pretende dar un giro por lo menos en ese aspecto, que le ha obligado a buscar una alianza con los productores para garantizar la provisión de alimentos, comenzando por el azúcar. Sin embargo, los ímpetus no son suficientes, tendrá que empeñarse para superar un obstáculo que quizás no lo ha previsto: el respaldo popular.
En los últimos días salieron a la luz pública ciertas encuestas de opinión acerca de la popularidad del Presidente del Estado. Sin ser erudito en el tema, sinceramente no creo en los resultados, aunque admito que hay un descontento creciente en la comunidad respecto de Morales y su gestión.
El 67 por ciento de votación que el mandatario y su partido consiguieron en diciembre de 2009 ahora es sólo una estadística. Morales y el Movimiento Al Socialismo (MAS) ya no pueden jactarse de ese apoyo, que se ha reducido en los últimos meses debido a su gestión, su actitud todavía confrontacionista y su catarsis permanente respecto del pasado político del país.
Si bien no son tiempos electorales, el MAS debería sacudirse y entender que sus pretensiones políticas dependen del voto y la confianza de la comunidad. Y esa confianza ahora le exige una gestión más eficiente, más transparente y más complementaria con otros niveles de gobierno subnacionales. Que el neoliberalismo, que la derecha, que Estados Unidos… A seis años del mandato de Morales, esos pretextos ya no son tan creíbles.
El punto de inflexión que señaló el gasolinazo era necesario para desahuciar el tono, desnudar la soberbia, moderar el discurso y ajustar las políticas sociales y económicas de la administración gubernamental. Ese mayor empeño debería responder a las necesidades básicas, sin juegos políticos ni cálculos por un tercer mandato, que, saben Dios y la Pachamama, no sé si será posible.
Columna publicada en Página Siete

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