El martes, Estados Unidos decidirá la suerte del
mundo, por así decirlo. Barack Obama y Mitt Romney intentarán, con
virtudes y defectos distintos, hacerse de la Casa Blanca, desde donde
pretenderán influencia en el mundo. Bolivia no será la excepción, de por
lo menos los afanes, aunque desde 2008 el gobierno de Evo Morales ha
marcado con la potencia máxima distancia.
Atrás
quedaron esas poses de poder que usualmente ostentaba la embajada de ese
país en La Paz, como cuando Donna Hrinak casi obligaba a sus invitados
bolivianos a los actos del 4 de julio, vestidos de cowboy o en
motocicletas de hippie. O cuando los canales de televisión nacionales se
apostaban en el ingreso a la legación en busca de políticos locales
que, por la invitación y asistencia al almuerzo, eran potencialmente
beneficiarios de la visa estadounidense.
Los tiempos
han cambiado. Es por demás conocida la decisión de Morales de expulsar
al embajador Philip Goldberg, en 2008, sindicado de promover la
desestabilización en el país a través de una presunta injerencia en
organizaciones cívicas y movimientos políticos regionales de oposición. Y
la respuesta de Washington de actuar en correspondencia con la
expulsión del embajador boliviano Gustavo Guzmán, inmediatamente
después. Pero es más cercana la polémica declaración el Presidente del
Estado, quien dijo que ahora “tener relación con la Embajada de Estados
Unidos es como una caca”.
¿Cuándo Bolivia marcó
tremenda irreverencia contra Estados Unidos? Que yo recuerde, casi
nunca. Y ese casi, en mi criterio, se remonta a 2003, cuando el entonces
gobierno de George W. Bush respaldó tenazmente al entonces alicaído
gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada, al punto de acoger al
dimisionario en su territorio. Como ese aval se mantuvo hasta el final
del mandato de aquél, era presumible que quien lo sustituiría, el
vicepresidente Carlos Mesa Gisbert, no iba a contar con la misma
deferencia estadounidense. Así fue.
Hace dos semanas,
aquél admitió en una entrevista con Animal Político que luego de su
renuncia al gobierno (no a la Vicepresidencia de la República), el 13 de
octubre de 2003, cuatro días antes de la caída de Sánchez de Lozada,
Estados Unidos le hizo saber que no iba a respaldarlo. En la noche del
16 tuvo una reunión con el embajador David Greenle, cita que —según
contó— planteó básicamente dos cosas: Uno, su deber democrático (“el
deber democrático lo define Bolivia, no Estados Unidos”) y, dos, Estados
Unidos no va a respaldar al gobierno que salga tras la renuncia de
Sánchez de Lozada. Le dije “Estados Unidos puede hacer lo que le parezca
conveniente y prudente, y sabrá si quiere respaldar o no al nuevo
gobierno democrático; yo simplemente soy el vicepresidente
constitucional de Bolivia y si me toca ser presidente lo seré con o sin
el apoyo de Estados Unidos”, rememoró.
“Me pareció
insólito que el embajador (me condicione). Obviamente, la conversación
entró en un tono duro en ese momento. Luego yo le dije ‘un país que
tiene la doble moral como Estados Unidos no va a venir a decirme lo que
tiene (sic) que hacer’”.
Si fue así, Mesa Gisbert
marcó un punto de inflexión en la relación desequilibrada entre Estados
Unidos y Bolivia. ¿Es así? “Yo creo que definitivamente sí”, respondió a
Animal Político el expresidente (2003-2005). “Con nosotros comenzó un
cambio de actitud en Estados Unidos y mi primera decisión de marcar esa
lógica, la primera en la que me vi enfrentado, fue el (acuerdo con los
cocaleros por el) cato de coca”, insistió.
Sin
embargo, Mesa Gisbert aclaró: “Dicho lo cual, yo no hubiera hecho lo que
el presidente Morales ha hecho, es decir, expulsar al embajador
Goldberg, pero creo que hay que reconocerle a Evo Morales su actitud de
decir públicamente ‘saben, señores, ¡se acabó!’”.
Sin
embargo, como recordó el también periodista, su gestión no fue tan
fácil; la presión siguió desde otro flanco no menos importante. “Mi
opinión es que la misión militar de Estados Unidos, siendo yo
presidente, estuvo absolutamente involucrada en la decisión y
desestabilización de mi gobierno”, admitió.
Eso
también sospecha ahora Morales, quien constantemente cuestiona la
actitud del Gobierno de Estados Unidos. Cuando calificó de “caca” a la
relación con la Embajada de Estados Unidos sustentó el término con el
argumento de que funcionarios de la legación intentaron involucrarlo con
el narcotráfico, aunque no explicó cómo.
“Tal vez el
término no fue adecuado. Si piensan que el término es exagerado, (pido)
disculpas al pueblo, no al imperio. Lo que nos hicieron antes es
imperdonable”, dijo el domingo en una entrevista con Animal Político.
Morales no parece flexibilizar su posición. Consultado sobre la
necesidad de revisar el acuerdo marco suscrito el 7 de noviembre entre
Estados Unidos y Bolivia, dijo que esa revisión consiste en evaluar si
el documento se aplica o no. ¿Y la restitución de embajadores? “Es
deseable, no es definitivo para los bolivianos. Si es una embajada o un
embajador que no conspire, bienvenido; pero si es para tomar acciones
políticas, es mejor no tener embajador de Estados Unidos en Bolivia”.
Así también afirmó que le es indiferente que Obama o Romney ganen las
elecciones. “Para mí, es lo mismo, ya probamos, ya hemos visto cómo va”,
dijo la autoridad.
Así, si Mesa Gisbert planteó,
obligado por las circunstancias de 2003, el punto de inflexión en la
relación con Estados Unidos, Morales, en consonancia con su discurso
antiimperialista, consolidó ese quiebre en la forma de esa relación. El
acuerdo de noviembre —suscrito entre la subsecretaria de Estado de
Estados Unidos para la Democracia y Asuntos Mundiales, María Otero, y el
vicecanciller boliviano, Juan Carlos Alurralde— resume ese cambio de
trato bilateral: el respeto mutuo. En otras palabras, eso implica “la no
injerencia en asuntos internos del otro Estado, el derecho de cada
Estado a elegir su sistema político, económico y social, el respeto a
los derechos humanos y la solución a la controversia por medios
pacíficos”.
Ahora es difícil imaginar que Estados
Unidos incida en la nominación de autoridades en el país o la acción de
la DEA (Drug Enforcement Administration, en inglés) en políticas
sensibles a la soberanía nacional.
Publicado en el suplemento Animal Político de La Razón
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