jueves, 8 de noviembre de 2012

Mesa, ¿el punto de inflexión con Estados Unidos?

Rubén D. Atahuichi López

El martes, Estados Unidos decidirá la suerte del mundo, por así decirlo. Barack Obama y Mitt Romney intentarán, con virtudes y defectos distintos, hacerse de la Casa Blanca, desde donde pretenderán influencia en el mundo. Bolivia no será la excepción, de por lo menos los afanes, aunque desde 2008 el gobierno de Evo Morales ha marcado con la potencia máxima distancia.
Atrás quedaron esas poses de poder que usualmente ostentaba la embajada de ese país en La Paz, como cuando Donna Hrinak casi obligaba a sus invitados bolivianos a los actos del 4 de julio, vestidos de cowboy o en motocicletas de hippie. O cuando los canales de televisión nacionales se apostaban en el ingreso a la legación en busca de políticos locales que, por la invitación y asistencia al almuerzo, eran potencialmente beneficiarios de la visa estadounidense.
Los tiempos han cambiado. Es por demás conocida la decisión de Morales de expulsar al embajador Philip Goldberg, en 2008, sindicado de promover la desestabilización en el país a través de una presunta injerencia en organizaciones cívicas y movimientos políticos regionales de oposición. Y la respuesta de Washington de actuar en correspondencia con la expulsión del embajador boliviano Gustavo Guzmán, inmediatamente después. Pero es más cercana la polémica declaración el Presidente del Estado, quien dijo que ahora “tener relación con la Embajada de Estados Unidos es como una caca”.
¿Cuándo Bolivia marcó tremenda irreverencia contra Estados Unidos? Que yo recuerde, casi nunca. Y ese casi, en mi criterio, se remonta a 2003, cuando el entonces gobierno de George W. Bush respaldó tenazmente al entonces alicaído gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada, al punto de acoger al dimisionario en su territorio. Como ese aval se mantuvo hasta el final del mandato de aquél, era presumible que quien lo sustituiría, el vicepresidente Carlos Mesa Gisbert, no iba a contar con la misma deferencia estadounidense. Así fue.
Hace dos semanas, aquél admitió en una entrevista con Animal Político que luego de su renuncia al gobierno (no a la Vicepresidencia de la República), el 13 de octubre de 2003, cuatro días antes de la caída de Sánchez de Lozada, Estados Unidos le hizo saber que no iba a respaldarlo. En la noche del 16 tuvo una reunión con el embajador David Greenle, cita que  —según contó— planteó básicamente dos cosas: Uno, su deber democrático (“el deber democrático lo define Bolivia, no Estados Unidos”) y, dos, Estados Unidos no va a respaldar al gobierno que salga tras la renuncia de Sánchez de Lozada. Le dije “Estados Unidos puede hacer lo que le parezca conveniente y prudente, y sabrá si quiere respaldar o no al nuevo gobierno democrático; yo simplemente soy el vicepresidente constitucional de Bolivia y si me toca ser presidente lo seré con o sin el apoyo de Estados Unidos”, rememoró.
“Me pareció insólito que el embajador (me condicione). Obviamente, la conversación entró en un tono duro en ese momento. Luego yo le dije ‘un país que tiene la doble moral como Estados Unidos no va a venir a decirme lo que tiene (sic) que hacer’”.
Si fue así, Mesa Gisbert marcó un punto de inflexión en la relación desequilibrada entre Estados Unidos y Bolivia. ¿Es así? “Yo creo que definitivamente sí”, respondió a Animal Político el expresidente (2003-2005). “Con nosotros comenzó un cambio de actitud en Estados Unidos y mi primera decisión de marcar esa lógica, la primera en la que me vi enfrentado, fue el (acuerdo con los cocaleros por el) cato de coca”, insistió.
Sin embargo, Mesa Gisbert aclaró: “Dicho lo cual, yo no hubiera hecho lo que el presidente Morales ha hecho, es decir, expulsar al embajador Goldberg, pero creo que hay que reconocerle a Evo Morales su actitud de decir públicamente ‘saben, señores, ¡se acabó!’”.
Sin embargo, como recordó el también periodista, su gestión no fue tan fácil; la presión siguió desde otro flanco no menos importante. “Mi opinión es que la misión militar de Estados Unidos, siendo yo presidente, estuvo absolutamente involucrada en la decisión y desestabilización de mi gobierno”, admitió.
Eso también sospecha ahora Morales, quien constantemente cuestiona la actitud del Gobierno de Estados Unidos. Cuando calificó de “caca” a la relación con la Embajada de Estados Unidos sustentó el término con el argumento de que funcionarios de la legación intentaron involucrarlo con el narcotráfico, aunque no explicó cómo.
“Tal vez el término no fue adecuado. Si piensan que el término es exagerado, (pido) disculpas al pueblo, no al imperio. Lo que nos hicieron antes es imperdonable”, dijo el domingo en una entrevista con Animal Político.
Morales no parece flexibilizar su posición. Consultado sobre la necesidad de revisar el acuerdo marco suscrito el 7 de noviembre entre Estados Unidos y Bolivia, dijo que esa revisión consiste en evaluar si el documento se aplica o no. ¿Y la restitución de embajadores? “Es deseable, no es definitivo para los bolivianos. Si es una embajada o un embajador que no conspire, bienvenido; pero si es para tomar acciones políticas, es mejor no tener embajador de Estados Unidos en Bolivia”. Así también afirmó que le es indiferente que Obama o Romney ganen las elecciones. “Para mí, es lo mismo, ya probamos, ya hemos visto cómo va”, dijo la autoridad.
Así, si Mesa Gisbert planteó, obligado por las circunstancias de 2003, el punto de inflexión en la relación con Estados Unidos, Morales, en consonancia con su discurso antiimperialista, consolidó ese quiebre en la forma de esa relación. El acuerdo de noviembre —suscrito entre la subsecretaria de Estado de Estados Unidos para la Democracia y Asuntos Mundiales, María Otero, y el vicecanciller boliviano, Juan Carlos Alurralde— resume ese cambio de trato bilateral: el respeto mutuo. En otras palabras, eso implica “la no injerencia en asuntos internos del otro Estado, el derecho de cada Estado a elegir su sistema político, económico y social, el respeto a los derechos humanos y la solución a la controversia por medios pacíficos”.
Ahora es difícil imaginar que Estados Unidos incida en la nominación de autoridades en el país o la acción de la DEA (Drug Enforcement Administration, en inglés) en políticas sensibles a la soberanía nacional.

Publicado en el suplemento Animal Político de La Razón

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