Rubén D. Atahuichi López
18 de diciembre de 2001
Mientras un policía se embolsilla dulces y
cigarrillos, comprados en el kiosco único a lado de la Policía Técnica Judicial
(PTJ), otro le cuenta su desazón por no formar parte del operativo, que, según
comenta, no será como “las revoluciones” que le tocó vivir.
Lo que dice éste a su camarada es sólo una
justificación a la resignación, sólo
estuvo algunas veces en una cacería de monreros en la avenida Buenos Aires y no
en algo como el que pretende la detención de personas vinculadas al atraco de
la avenida Kantutani, ocurrido el viernes.
Entiendo que el del operativo va a estar en la
misma zona que yo, en Ciudad Satélite de El Alto. La diferencia es que yo voy
desarmado, sin chaleco antibalas y al lado del comandante de la Policía, el
general Wálter Osinaga, que me cede un espacio en su vehículo Toyota azul, de
vidrios ahumados y carrocería blindada. A mi derecha se encuentra el director
de Planeamiento y Operaciones de la Policía, el coronel Alfredo Zamora, con
quien me siento más seguro aún, considerando que la acción policial busca
capear una posible trifulca armada con los delincuentes que segaron la vida de
tres personas la semana pasada.
Una lluvia tenue cubre la noche de La Paz en momentos en que una
misión difícil se gesta a las 23.30 en las puertas de la PTJ, en la calle Landaeta. Una
treintena de policías vestidos de civil y armados de escopetas se esparce hacia
distintos puntos del lugar. Toman varios vehículos y van camino a El Alto.
Nosotros los seguimos y enseguida el Comandante comienza a hablar de que la
travesía es una prueba más fuerte de las que pasó su institución en las últimas
48 horas. Claro, se lamenta también de la “vinagrera” que tiene, es que se comió
un plato extraño en la cena que el canciller de Bolivia, Gustavo Fernández, le
ofreció a su colega peruano, Diego García Sayán, horas antes.
Entre hablar del Bolívar y del título que le quitó el
árbitro Marcelo Ortubé el domingo y que las nuevas generaciones de policías están
perdiendo el temple de los antiguos,
cruzamos la avenida 9 de Abril hacia El Alto. Llegamos a un punto
cercano “a seis cuadras” del lugar del primer objetivo. Allí, el director
nacional de la PTJ,
coronel Andrés Sánchez, lideró una estrategia que la compartió con el general
Osinaga.
Las recomendaciones iniciales eran que del
operativo no se enteren los medios ni los policías de menor rango. Sin embargo,
el celular del Comandante no cesaba de sonar, una llamada de un medio
televisivo insistía con colarse a la acción policial.
La alerta general se dio a las 00.05. Personal de
Inteligencia y del GAI, logísticamente bien dotados, toma a las 00.20 la casa
75 de la avenida Cívica, entre la calle 4 de Villa Tejada Triangular, en El
Alto. Realizan las primeras requisas y encuentran al primer sospechoso ya
durmiendo; en los cuartos contiguos se hallan cuatro mujeres, entre ellas la
empleada, además de su hija de once años. Inmediatamente suenan puertas,
vidrios rotos y cajones. Las mujeres quedan aisladas de toda comunicación en la
puerta de sus habitaciones y los efectivos de Inteligencia comienzan el
interrogatorio a Luis Lulemán Gutiérrez, un tipo gordo y de tez blanca que pisa
descalzo el piso de cemento y tiembla bajo un deportivo plomo. Él dice no saber
nada del atraco, pero la Policía insiste en que diga algo.
La misma acción se repite con las otras mujeres. La
empleada rehúsa hablar, pero la amenaza del encarcelamiento la asusta y
comienza a decir que el viernes hizo comida especial para uno de los vinculados
del caso, que ese día cumplió años. La hija de ésta, que estaba recostada sobre
un colchón en el piso de un cuarto de más o menos cinco por cinco metros, también
detalla algunos movimientos en la casa en las últimas horas.
Arriba, en el segundo piso de la propiedad de
regular presentación, la Policía halla las primeras evidencias, unos dos fajos
de dinero con el sello de Prosegur, la empresa víctima del asalto del viernes.
Lulemán es trasladado a golpes a una de las habitaciones, donde el coronel
Velarde no deja sopapearle en el afán de conseguir información; otro policía
zapatea sobre los pies descalzos del hombre con el mismo fin. Éste no habla, se
queja y pide que su familia no sufra como él. Así, cede a una media hora de
torturas y ofrece mostrar la casa donde se guarecen sus presuntos compañeros,
en Sopocachi.
En la sala se reúnen los jefes policiales, a los
que se suma el director de Inteligencia, coronel Luciano Velasco. Se muestran
contentos mientras comentan conmigo los resultados de su labor. Enseguida surge
la idea de buscar a los otros hombres del asalto.
Camino a Sopocachi, por la misma ruta de subida, el
coronel Zamora reflexiona sobre la tarea de sus camaradas y dice sentirse
contento, que el operativo comienza a dar sus frutos, mientras al Comandante le
dan ganas de hablar con el presidente Jorge Quiroga Ramírez, a quien quiere
comentarle que el operativo va viento en popa. Guarda prudencia y dice que
primero termine el plan.
En otros vehículos nos siguen el fiscal adscrito a la PTJ, René Arzabe, Sánchez,
Velarde, Velasco, decenas de oficiales y policías, y el rehén, el hombre que
está dispuesto a entrar como “carne de cañón” cuando comience la otra acción.
Ya en Sopocachi, a dos cuadras de la plaza España,
Osinaga y Zamora se colocan el chaleco antibalas, no pasa lo mismo conmigo.
Otros oficiales y policías van a reconocer los alrededores de una vivienda
sospechosa en la calle Presbítero Medina. Una junta de oficiales se improvisa
en la plaza. Las anécdotas y los nuevos planes del operativo se mezclan mientras
ellos esperan que la misión de reconocimiento termine su tarea. Yo casi no
puedo reportarme con la Redacción, el coronel Sánchez me pide discreción con el
teléfono celular.
Sigue lloviendo. Tras varios minutos, a las 03.00,
Osinaga convoca una reunión en el Comando General, a unas cinco cuadras del
lugar del operativo. Pizarrón en sala, el Comandante comienza a preparar una
nueva acción. Esto se decide cerca de las 03.30, el objetivo es ingresar en la
propiedad fijada.
Tras un orden directa de Osinaga, a las 03.45, el
GAI toma equivocadamente la casa de la familia Pando. Los policías se ubican en
la terraza, en el quinto piso y en la planta baja comienza la intervención. Se
oye una ráfaga de fogueo y en el domicilio contiguo, el 2523, un hombre intenta
huir lanzándose de una ventana a quince metros de altura. Cae herido sobre una
lavandería y deja rastros de sangre en su afán de esconderse. Es hallado, “forrado”
de dinero, en un almacén de los Pando.
El operativo tiene frutos continuos con otros detenidos
en la casa 2523. Allí se halla otra cantidad de dinero, con las mismas
evidencias de El Alto. Uno a uno surgen más datos acerca de los otros miembros
de la banda. Uno de los detenidos se encarga de informar a la Policía que el “capo”
del grupo es el coronel en servicio activo Blas Valencia, a quien lo hallan
minutos después en su vivienda del pasaje Las Rosas, en la calle Bustillos,
cerca a la Jaimes Freyre. Junto a él son detenidos su esposa, su hijo y el
peruano herido. Un arsenal y otras bolsas de dinero, además de joyas
presuntamente de la joyería Nefertiti, asaltada el 18 de marzo, forman parte
del cuadro.
Los operativos siguen como la caída de naipes. En
Alto Sopocachi, donde son detenidos tres peruanos. Y en Irpavi, una funcionaria
del Ministerio de Gobierno, Patricia Gallardo, sufre la misma situación. En la
vivienda de ésta también se halla dinero y otras pruebas.
La acción policial termina cerca de las 08.30. Sin
embargo, se dice que las investigaciones continuarán.
Este texto fue publicado en el diario La Prensa de La Paz
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